jueves, 30 de diciembre de 2010

Listen

-¿Por qué? -Preguntó. Aunque sabía que era como quedarse callado, esa pregunta jamás tenía respuesta. Solo el aire le devolvió un silencio.


Los labios ajenos se cerraron fuertemente, dispuestos a no mostrar sentimiento. ¿Qué sentimiento? Posiblemente ninguno de los dos lo sabía. ¿Le odiaba? ¿Le guardaba rencor? Eso era lo que él pensaba, ¿qué otra razón hubiera habido? Jamás lo sabría.


Él se giró, con los puños bien apretados dentro de la chaqueta. Sus ojos se cerraron e intentó tranquilizarse. Pero no podía conseguirlo, no mientras él le mirase. Su rostro se dirigió al suelo, hechándole la culpa de sus males a algún pobre átomo que no tendría nada que ver. ¿Qué quería hacer en aquél momento? Quería llorar, quería gritar, quería pegarle un puñetazo.


Y quería abrazarle, rogarle que dejara de mentir, y sentir su cálida mano sobre su cabeza.


Sin embargo, hay veces que el cuerpo simplemente no quiere reaccionar. Simplemente, se le ocurre que sería genial hacerte pasar un mal rato, y te deja congelado en momentos cruciales. Él lo supo.


Porque cuando abrió los labios de nuevo, ya había desaparecido para siempre.
 
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