La brisa nocturna despeinaba los rubios cabellos. La luna llena iluminaba, alta y dominante en el cielo, el momento que le correspondía, reinaba sobre la noche y sobre las estrellas que, esparcidas a sus lados, quedaban eclipsadas.
Apretó el puño fuertemente, dentro del chaleco verde oscuro, mientras miraba al suelo, apretando los dientes con resignación. No se dio cuenta, pero allí estaban, otra vez, las lágrimas. Desbordándose de sus ojos, nublándole le vista y haciendo que se sintiera tan, tan débil... Otra vez, otra vez... Y todo era por su culpa, únicamente por su estúpida culpa. ¿Cuántas veces le había echo llorar?
Sus manos se deslizaron lentamente, saliendo del reconfortante abrigo y posándose en sus labios, víctimas del frío. Su rostro estaba mojado, ya que los dos surcos de lágrimas que caían de sus ojos no hacían más que aumentar y aumentar. Apretó levemente uno de sus dedos contra su labio inferior. Aún latía, aún podía sentirlo por todo su cuerpo. Su sabor dentro de su boca, siendo examinado por toda su lengua. Su sudor haciendo contacto con el suyo propio, mezclándose, convirtiéndose en uno solo. Sus ojos, su mirada, aquella mirada que le había regalado una, y otra, y otra, y otra vez. Y la sonrisa, oh, aquella sonrisa, aquella estúpida sonrisa. Aún podía sentir en sus manos el tacto con el dulce cuerpo, el dulce cuerpo que tenía la culpa de absolutamente todo.
Sentía la necesidad de salir corriendo y de no volver jamás, de hacer creer al mundo que ninguno de los dos había existido jamás. Pero no podía, cada vez que intentaba dar un paso su voz resonaba en su interior. Una y otra vez, en una repetición, una cadena infinita. Una dulce trampa en la que había caído, y de la cual no podría salir jamás.
Era toda su estúpida culpa, si no hubiera sido por él, jamás hubiera acabado en esta situación.
Él tenía la culpa de haberle enamorado hasta ese extremo.
Haruhi-sama was here!
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